Carraspeo y pollo, por Pep Marín

Carraspeo y pollo

Esta mañana me he despertado, o no sé si me he despertado o me he dormido, y es el mundo del dormido soñando sin gravedad volando el real, y el no real en el que creo que vivo, y viceversa, en cualquier caso, despierto o dormido, me he preguntado una cosa que les lanzo también a ustedes, y es: ¿Si no existiera como profesión la de agente de la autoridad existirían los delitos?

Como podrá comprobar mi amigo Borja, él que es un pensador más astuto que la tentación, las cabezas no andan finas en estos tiempos pornográficos. ¿Y de dónde me viene esta pregunta? Menos mal que hay una base en forma de imagen en mi cerebro, ya que si no fuera así la pirámide de cartas de póquer que soy se me vendría abajo, y empezaría a dudar de mis cimientos mentales, ya de por sí frágiles.

Ahora lo entiendo. Vi el otro día una escena en la que un coche de la Guardia Civil estaba escondido, y otros dos coches con otros guardias civiles de Tráfico estaban unos cuantos metros más allá, en plan cepo esperando al cervatillo, parando a los vehículos que presupuse iban a más velocidad de la permitida. “Correcto, usted viene de donde venga, pero la señal lo dice bien claro. Tome, séquese esas lágrimas. No lo piense”.

A eso de que todos somos iguales ante la ley, para mí, habría que darle una vuelta. Habrá quien piense que no, que la realidad es una, objetiva, formal y sin matices; y que si tú has infringido cualquier ley, cualquier prohibición, no hay repaso que valga a la igualdad, pagas y cumples en aras de esa igualación que finalmente nos convierte en número. Un semáforo en rojo es rojo, no es verde ni azul. 34564785, 150 euros. Si pagas antes de una semana, entonces, la mitad.

¿Qué no tienes ni para comer? No haber ido a 70 km/h. Y ojo, la autoridad escondida para pillarte mientras en los grandes megáfonos del mundo suena la primavera de Vivaldi.

Esa escena se me quedó alojada dentro, por ahí, en la antimateria; igual que la escena en la que a Richard Harris le enganchan unos cables en los pezones y elevan su cuerpo hasta ponerlo casi horizontal al suelo en Un hombre llamado caballo. Esta última escena es la que me lleva algunas mañanas a preguntarme quién (y cómo y bajo qué premisas) fija los sueldos. Creo solemnemente, y lo mismo me voy del discurso como siempre me pasa, que a la hora de fijar sueldos, por ejemplo, de un trabajador social, qué casualidad, los/as que fijan ese sueldo, aunque haya por ahí alguien de algún sindicato, y además tenga el título de diplomado/a en esta disciplina, creo que no ha llegado a tocar pelo real en cuanto a la profesión; no tienen ni puta idea de lo que va el asunto. Y no sé si muchos/as de vosotros/as sabéis realmente de qué va el trabajo social. Me río, pero no es más que un mecanismo de defensa.

El capitalismo pornográfico imperante a través de sus fantasmales tentáculos de poder, y ahora sí que me ido al Tibet discursivo, dirá: “Pues cambia de trabajo si tan mal te pagan, tonto el capullo, o comete un zurullo”. Quién dice este trabajo dice cualquier otro, no tiene que ser el de trabajador social, puede ser también el de gerente de un supermercado el blanco de la claridad mental de un capitalista de pro, que, ante cualquier duda, queja u odisea laboral, te ofrece la libertad de cambiar, sin más; además, te dirá que si te quejas y no cambias de trabajo eres un/a cobarde, acomodado/a, el rey o reina de tu zona de confort, aunque estés oliendo a mierda las ocho horas de curro. La culpa es tuya, que parece que te hayan picado ocho avispas en los huevos.

Y así, el agente con traje verde lo que hará es reproducir el sistema económico político social y perpetuarlo. Igual que hacemos la mayoría, quejosa de charlas de bar o de soliloquios in itinere, cuando agachamos la cabeza en busca de procesos de cambio reclamando ayuda en un pollo verde en el asfalto a las siete de la mañana.

Es más, este sistema lo tenemos tan íntimamente ligado a nuestro esquema mental de vida corriente que no hay reflexión ni pregunta que valga y que nos coloque en otro contexto económico, político y social distinto, como si más allá de lo que hay no pudiera existir otra cosa, como si fuera una quimera vivir de otra forma, una locura de hippies fans del derecho natural y del zumo de remolacha o un limón donde la corteza está dentro y el jugo fuera; no hay un: ¿Pa qué, y esto pa qué?, pero… ¡Y ESTO PA QUÉ¡

Es verdad, dice ella, lo mejor del viaje es el camino… ¿Qué?

Cacahué.